Usina del Arte

A principios del siglo XX, Buenos Aires comenzó a delinear un perfil industrial que durante casi 100 años caracterizaría a los barrios que bordean el puerto de la Ciudad. Fue allí, en el núcleo fabril de La Boca, donde se decidió emplazar el edificio que albergaría a la Italo Argentina de Electricidad, un “palacio de la luz”, acorde a la nueva estética industrial de la época, capaz de satisfacer la creciente demanda de energía de la incipiente urbe.


La obra fue proyectada por el arquitecto italiano Giovanni Chiogna, ocupando una superficie de 7.500 m2, con un estilo florentino. Su construcción comenzó a mediados de 1914 y concluyó en los primeros días de enero de 1916. En esta primera etapa se realizó el cuerpo edilicio de Pedro de Mendoza y Pérez Galdós, un edificio rectangular que encerraba dos grandes naves paralelas: una para calderas, y la otra para turbinas.


Tuvo dos ampliaciones en los años 1919 y 1921, donde la Usina alcanzó su forma final: la construcción de un segundo edificio, más angosto y pequeño, con una torre con techo de tejas a cuatro aguas, separado del original por medio de una calle interior, y la prolongación de la nave de generación hasta la calle Caffarena. Así, en la esquina con Pedro de Mendoza, quedó conformado un gran atrio de acceso, un “patio de honor”, con una magnífica torre-reloj y una escalera artística, que datan de 1926.

Las ampliaciones fueron necesarias para aumentar la capacidad de suministro de energía eléctrica demandada por los establecimientos fabriles y para la electrificación de las redes tranviarias en una ciudad que crecía aceleradamente.


La Usina tenía una dotación de 12 calderas productoras de vapor a través de la combustión de petróleo, vapor que impulsaba a las turbinas de generación de energía que alcanzaban a cinco unidades. Las calderas ocupaban el recinto de la nave mayor y los turbo-generadores la nave contigua de menor tamaño. El agua de refrigeración se captaba desde la Dársena Sur por medio de tomas bajo nivel con filtros. A través de un canal de descarga el agua volvía al río. Un sistema de bombas accionadas por turbinas a vapor impulsaba el movimiento de circulación del líquido. La provisión de combustibles estaba asegurada desde la misma Dársena por una cañería que conectaba la usina con las lanchas que lo transportaban. Durante períodos de escasez se quemaron otros combustibles como carbón, maíz, luego fuel-oil y finalmente gas.

Las chimeneas que coronaban el edificio humeaban constantemente. Gran parte de los locales auxiliares del edificio estaban destinados al personal técnico y de administración, y a las viviendas de altos jefes y funcionarios de la empresa.


Durante los siguientes 80 años funcionó proveyendo de electricidad a la ciudad, pasando a manos de SEGBA cuando el servicio fue estatizado. Luego, con la privatización de los servicios públicos, durante la década de 1990, la usina quedó definitivamente abandonada. Sumado luego la caída de actividad en la zona, el predio se fue deteriorando y estuvo por varios años abandonado hasta que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires asumió la tarea de restaurarlo.


Luego de varias ideas de proyectos y varias gestiones, vinculados a la conversión de esta monumental obra arquitectónica para el segmento cultural, la recuperación asumió el desafío de transformar un edificio con la impronta industrial de comienzos del siglo XX, en un complejo artístico inteligente.


La nave principal se reservó para las salas de música. La estrella de la intervención fue la sala sinfónica, un espacio con capacidad para 1.200 espectadores, dispuesto en tres niveles de plateas, dotada de resonadores, difusores, madera de guatambú, revestimientos especiales, y reflector para conseguir un óptimo nivel acústico. Asimismo, se construyó una sala de cámara con 280 butacas, y un microcine.

El foyer es el hall o espacio central del complejo. Este posee una cubierta de vidrio que logra una iluminación natural de los muros laterales de ladrillo original a la vista, con las incrustaciones de elementos metálicos preexistentes que recuerdan el carácter industrial del edificio. Conforma un gran local distribuidor que comunica la Sala Sinfónica, la Sala de Cámara, la calle interna y conecta este cuerpo con la Nave Mayor.


Durante el rediseño del segundo cuerpo, se aprovecharon los soportes de hormigón que sostenían las turbinas para instalar, en la planta baja, una sala de muestras, y destinar la amplia superficie de la planta alta a múltiples actividades artísticas.


Con la remodelación total, la superficie se duplicó a 15.000m2. Por tratarse de una adecuación para un nuevo uso, la obra incluyó la devolución de la fachada del edificio a su aspecto original mediante tareas de restauración de carpinterías, molduras, cegado de vanos y remoción de elementos extraños; se demolieron las estructuras de hormigón armado existentes en el acceso a la sala de exposiciones para ubicar las escaleras del público; se removieron completamente las cubiertas metálicas; se retiraron, reforzaron y reubicaron las cerchas metálicas existentes, para recibir una nueva cubierta en ambas naves, asegurando una insonorización del edificio para cumplir con las necesidades requeridas por los asesores acústicos.


Se ejecutaron todas las estructuras de sostén metálicas y en hormigón armado, escaleras, construcciones complementarias sobre la calle interior; perfilería y estructuras metálicas tipo steel-deck en pasarelas, bandejas laterales, circulaciones verticales, escaleras. Además, se ejecutaron las terminaciones y revestimientos interiores de las tres salas destinadas a la ejecución musical, incluyendo el acondicionamiento acústico, la realización de los revestimientos acústicos de madera en cielorrasos, antepechos de palcos y plateas.

Finalmente, la Usina del Arte fue inaugurada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entre los años 2011 y 2012, y se transformó en uno de los principales espacios culturales de Buenos Aires. Ubicada en pleno barrio de La Boca, con lugares sumamente turísticos, pasó ser parte de la amplia oferta de museos y centros culturales que existen en la urbe porteña.


Como una de las tantas paradojas de la Modernidad, la Usina del Arte es un claro ejemplo de cómo las ciudades se van reacomodando, adaptando sus espacios a las nuevas demandas y deseos de la sociedad actual. Lugares que antes estaban destinados a una actividad ahora dan lugar a otra. En este caso, de la industria eléctrica a la industria cultural.