María Elena Walsh

María Elena Walsh nació el 1° de febrero de 1930 en Buenos Aires. Sus primeros años transcurrieron en una casa situada en la calle 3 de febrero número 547, de Villa Sarmiento, en el partido de Morón. Luego la familia se mudaría a Ramos Mejía, donde transcurrió buena parte de la infancia de Maria Elena.


Fue hija de Enrique Walsh, un empleado ferroviario inglés que trabajaba como jefe de contaduría del departamento contable de la New Western Railway of Buenos Aires (Ferrocarril Oeste de Buenos Aires) y que tocaba muy bien el piano. Su madre fue Lucía Elena Monsalvo, argentina, hija de padre argentino y madre andaluza. Se había casado con su padre, en segundas nupcias y tuvieron juntos dos hijas, Susana y María Elena. Es decir, formaban una familia de cuatro varones, mayores, hijos del primer matrimonio de su padre, y una hermana, cinco años mayor que María Elena.


Los abuelos londinenses de María Elena, David y Agnes Hoare, habían arribado al país en 1872.​ María Elena fue criada en un gran caserón de la localidad de Ramos Mejía, en el Gran Buenos Aires, con patios, gallinero, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera. En ese ambiente emanaba mayor libertad de creación respecto de la tradicional educación de clase media de la época. La canción “Fideos finos” y su primera novela “Novios de antaño” (1990), de raíz autobiográfica, están dedicadas a relatar y reconstruir los recuerdos de su infancia.


Como todo niño de clase media en esa década, Walsh se formó entre dos ámbitos opuestos: por un lado, los rigores de una escuela con tintes autoritarios, y, por otro, una gran libertad en su hogar, con vacaciones felices, sumada a la maravilla de los primeros medios de comunicación masivos, que incorporaban lo mejor de la cultura popular. Infinitas audiciones de tango o jazz, programas cómicos como los de la gran Niní Marshall (a quien María Elena llamaría muchos años más tarde “nuestra Cervanta”) se escuchaban atentamente al pie de una gran radio familiar. Eran también los años del comienzo del cine sonoro y de los “musicales”, la gran novedad: Fred Astaire/Ginger Rogers, Bing Crosby, Nelson Eddy y Shirley Temple, actores, bailarines y cantantes que fueron los primeros ídolos de María Elena.


Desde niña, Walsh se interesó por las letras y la poesía. No fue sorpresa que, llegado el momento de elegir el colegio secundario, Walsh prefirió la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, ubicada, en ese entonces en la calle Talcahuano, entre Arenales y Av. Santa Fé, en Barrio Norte.


A los 15 años publicó en una revista su primer poema, y dos años después tras la muerte de su padre, su primer libro llamado “Otoño imperdonable” (1947). Esta obra fue elogiada por grandes referentes de la literatura como Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, y otorgó el padrinazgo de Juan Ramón Jiménez, quien la invitó a instalarse una temporada en los Estados Unidos. La experiencia no resultó fácil para la autora, como relatara en diversas ocasiones. Sin embargo, este viaje fue el primero de una serie de travesías que daría pie a su formación como escritora.


De vuelta en Buenos Aires, Walsh publicó un nuevo libro, “Baladas con ángel” (1951). Tras un breve período en que dio clases de inglés, abrumada por la situación política, decidió lanzarse a la aventura de emigrar a Europa. Lo hizo junto con una amiga tucumana, Leda Valladares, también poeta, que por entonces vivía en Costa Rica. Se encontraron en Centroamérica y se embarcaron en el carguero Reina del Pacífico. Durante el viaje a Europa formaron el dúo vocal Leda y María, dedicado casi exclusivamente a cantar canciones tradicionales del Noroeste argentino.


De los clubes nocturnos de París a las profundidades intelectuales, “Leda et Marie” consiguieron convertirse en una de las propuestas artísticas más originales de esos años. Paralelamente, hacia 1954, en aquel ambiente de “varietés”, María Elena Walsh comenzó a escribir sus primeros poemas “para niños”, que musicalizaba casi naturalmente. El lirismo, la perfección rítmica de estas primeras canciones (que reuniría años más tarde en el libro “Tutú Marambá”) son los mismos de “Otoño imperdonable”. Pero las nuevas lecciones del folclore están en ellos: el sentido del juego, su tendencia al humor absurdo (nonsense británico), que nacieron para quedar, definitivamente, en la memoria popular.

En otro aspecto, como ninguna otra obra en castellano, las canciones infantiles de María Elena Walsh remiten al recuerdo de las nursery rhymes y de los limericks, esos poemas disparatados que su padre, Don Enrique, le cantaba aun antes de que María Elena aprendiera a leer.


En 1956 Leda y María deciden a volver a la Argentina. Después de unos meses de viaje, actuación y recopilación de canciones por las provincias del Noroeste Argentino, se instalaron en Buenos Aires, actuaron en teatro y televisión y grabaron sus tres mejores discos, el último un perpetuo best seller dedicado al folclore español: “Canciones del tiempo de Maricastaña”. Paralelamente, sentían que iba cerrándose un ciclo, y empezaron cada una a buscarse otros trabajos.


En 1958, la joven directora de televisión María Herminia Avellaneda, impulsó a María Elena a escribir sus primeros libretos para teleteatro o para programas infantiles. De esta forma, Walsh percibió la felicidad de ver cobrar cuerpo a los personajes de sus canciones ,“Doña Disparate” o el “Rey Bombo”,  y esto fue quizás el motor del nuevo éxito: el “varieté” para niños.


Este gran proyecto, fue un producto artístico que permitió a María Elena Walsh expresar sus múltiples talentos. “Canciones para mirar” (1962) es una serie de cuadros musicales, conducidos por monólogos o pequeños pasos de comedia que muestran cuánto había aprendido Walsh del arte de la mímica, del malabarismo. “Doña Disparate y Bambuco” (1963), es ya una obra de teatro con canciones incidentales, una pieza por completo revolucionaria y vanguardista, muy cercano a “Alicia en el país de las maravillas” de su admirado Lewis Carroll.


El éxito extraordinario de los dos espectáculos supuso para María Elena Walsh la consagración y la consolidación de su proyecto. Las grandes compañías grabadoras que habían rechazado sistemáticamente sus canciones la llamaron para grabar sus primeros discos como solista: “Canciones para mirar”, “Canciones para mí”, “El país del Nomeacuerdo” y “Villancicos”, que desde entonces tienen su lugar en casi todas las casas con niños. Durante unos años, Walsh se dedicó casi por entero a escribir nuevos libros para chicos, como “Zoo loco” (1965), una colección de limericks que es tal vez su obra maestra; pero también libros de ficción como la novela “Dailan Kifki”, o los “Cuentopos de Gulubú” o los “Cuentopos para el recreo”, que también llevó al disco, medio en que mostró otra nueva faceta: la de excelente narradora oral.


Pero María Elena no olvidó su amor por la escritura, y en 1965 publicó “Hecho a mano”, un libro de poemas que se convirtió en un boom por la actualidad de su problemática y por su calidad poética.


En 1968, Walsh estrenó su primer espectáculo de canciones para adultos “Juguemos en el mundo”. “Recital para ejecutivos”, en el Teatro Regina, con enorme repercusión y éxito de público y crítica. A partir de allí, fue labrando un repertorio imbuido del aire contestatario de los tiempos , pacifismo, feminismo, “protesta” contra la injusticia social, pero mostrando un talento poético único y, sobre todo, una temática absolutamente personal y desconcertante. El Recital pasó a repetirse en escenarios tan dispares como el Teatro Municipal San Martín, el Maipo, el Luna Park y salas de las principales ciudades del interior, así como en países de América y Europa.


Luego, un filme de María Herminia Avellaneda, de 1971, y seis discos de larga duración quedan como testimonio de este tramo de su carrera de juglar terminado en 1978, en plena dictadura militar, cuando decidió dejar definitivamente las presentaciones teatrales, harta de los obstáculos de la censura.


Refugiada en el periodismo escrito, y en lo más negro de esa época oscura, escribió artículos como el célebre “Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes”, que le ganó la admiración de la ciudadanía por su coraje cívico, este ensayo se publicó en Clarín sorteando la censura militar. Walsh utilizó metáforas sobre la situación del país y sus autoridades que trataban a la sociedad como niños que no podían distinguir el bien del mal.


Además, realizó varias crónicas de viajes por Europa y América junto con la fotógrafa Sara Facio. Fue en su época de crónicas periodísticas donde más se manifestó su opinión respecto de temas de actualidad como música, literatura, pero también política y feminismo. Walsh colaboró en la Revista El Hogar, Revista Realidad, Revista La mujer y el cine, en Revista Sur, en La Nación, Clarín y en Humor, entre muchas otras publicaciones.


En 1981 María Elena enfermó de cáncer, pero hacia 1983, tras un prolongado período de tratamiento, ya estaba curada y dispuesta encarar un largo proceso de rehabilitación y una nueva fase en su trabajo. Comprometida con la restauración de la democracia en los ámbitos más diversos, participó más o menos directamente en proyectos políticos, para arribar finalmente en la transformación de su gremio, la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, SADAIC, situado en Lavalle 1547 del barrio de Almagro, donde su aporte en el Departamento Cultural fue decisivo.


La recuperada democracia también le permitió expresar sus ideas por televisión, donde creó una emisión junto con Susana Rinaldi y María Herminia Avellaneda, denominada “La cigarra”, por el entonces Canal 11.


Más allá de un sinfín de textos escritos para televisión o por encargo de compositores como Ariel Ramírez, Jairo, Lito Vitale, y Chico Novarro, María Elena Walsh no dejó de ensanchar la lista con obras literarias tan importantes como “Novios de antaño” (1991), citada anteriormente, una novela autobiográfica sobre su niñez. Tampoco abandonó las novelas infantiles y publicó, en 2008, en forma de libro, la versión teatral original de “Canciones para mirar” y “Doña Disparate y Bambuco”. Además presentó su último libro “Fantasmas en el parque”. Una muy original mezcla de novela y autobiografía, en el que confiesa pesadillas, sueños y secretos con su inconfundible estilo lúcido, irónico, honesto y bello.


María Elena Walsh ha recibido en vida, desde 1947 y post mortem, innumerables reconocimientos, homenajes y premios, en la Argentina y el extranjero, como el nombramiento de Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires; Doctor Honoris Causa de la Universidad de Córdoba; el Premio Konex de Platino y de Honor en Letras; el Highly Commended del Premio Hans Christian Andersen de la IBBY (International Board on Books for Young People) o el Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes.


Falleció en Buenos Aires el 10 de enero de 2011, dejando un inmenso legado para las nuevas generaciones. Sus restos reposan en el Panteón de SADAIC en el cementerio de Chacarita, Buenos Aires.