Ex Fábrica Bagley

Hacia finales del siglo diecinueve y principios del veinte, Buenos Aires comenzaba a abandonar definitivamente su fisonomía de gran aldea gracias a la multiplicación de nuevas construcciones y la definición de un perfil urbano con características europeas que sumaban a la arquitectura colonial la influencia proveniente de las escuelas de Francia e Italia. En paralelo con la consolidación de la Argentina como país agroexportador, para la época del Centenario la ciudad de Buenos Aires había sumado a su perfil urbano una cantidad de filiales de empresas británicas y estadounidenses, edificios hijos predilectos de la revolución industrial cuya arquitectura se caracterizaba por el uso del ladrillo rojo y piedra labrada. Muchos de ellos se mantienen en pie, aunque con una impronta renovada y con otras funciones.


Entre ellos se encuentra el edificio de la que fuera, y sigue siendo, una de las marcas más representativas para los argentinos, la ex fábrica de Bagley.


Para hablar de ella primero nos remontamos a la historia de su creador: Melville Sewell Bagley. Bagley nació el 10 de julio de 1838 en la ciudad de Bangor, estado de Maine, Estados Unidos. Melville se mudaría primero a Nueva Orleans, donde trabajaría en una tienda de telas. En 1862, un año después del estallido de la guerra de secesión, Bagley emigró a Buenos Aires con veinticuatro años de edad, como representante de una editorial. Instalado en esta ciudad, trabajó un tiempo como ayudante en la reconocida farmacia La Estrella, de los hermanos Demarchi, que se encuentra todavía en la esquina de las calles Defensa y Alsina. Fue justamente allí, entre los tubos de ensayos y hierbas curativas, donde nació la idea de crear un tónico que sirviera como “remedio salvador de todos los males”.


Experimentó con diferentes fórmulas, pero se centró en una en particular, a base de la corteza de naranjas amargas o agrias que crecían como arbustos ornamentales en su casona de Bernal (la cual se mantiene en pie hasta la actualidad). Se cree que el joven inventor tenía ciertos conocimientos en química. Él sabía que en las cortezas de las naranjas amargas se hallaban los flavonoides, que tienen múltiples propiedades no solamente digestivas, sino también curativas. En la península ibérica, se utilizaban diversos cítricos como antídotos contra venenos, como así también para reactivar la circulación sanguínea, mejorar la digestión y aplacar la inflamación muscular. Hoy en día, se cuenta con mayor información sobre los “bioflavonoides”. Estos son sustancias químicas que se encuentran naturalmente en ciertas plantas y alimentos, y que han demostrado disminuir la incidencia de enfermedades como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y las alteraciones inmunológicas y se han identificado más de 6.000 flavonoides diferentes en plantas, pero generalmente ocupan una porción insignificante en la dieta diaria que ingerimos.


Al tener conocimiento de estas propiedades Bagley supo que su tónico iba a dar resultado. Por ello ideó una particular campaña publicitaria para dar a conocer su producto, manteniendo la intriga y el suspenso. Dos meses antes de lanzarlo a la venta, mandó a pintar las aceras de los empedrados de Buenos Aires con el nombre de “Hesperidina” en letras negras. En ese entonces, esto era toda una novedad y la gente se preguntaba “qué sería aquello que se anunciaba”. También se publicaron llamativos avisos, con la frase “La Hesperidina vendrá”. El 24 de diciembre de 1864, un nuevo anuncio apareció en los diarios: la bebida ya estaba en venta en cafés, bares, boticas y droguerías.


La bebida tuvo tanto éxito que realizó una extensa plantación de naranjos en su propia casa de Bernal y requirió los frutos de localidades vecinas, como Florencio Varela y Adrogué, que tenían en sus calles árboles de naranjos amargos como ornamento.


El producto que inventó Bagley logró revolucionar el mercado argentino de las bebidas, sólo ocupado, por ese entonces, por las aguardientes, como la grappa o la ginebra. Según el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, el nombre de la bebida salió de la mitología griega, que cuenta que “cuando los griegos navegaban por las costas de Valencia las naranjas en medio de las hojas verdes parecían frutos de oro”, “frutos de oro del jardín de las Hespérides”, de allí surge el nombre de Hesperidina.


Rápidamente, la bebida se hizo muy famosa y se impuso como moda, no sólo entre los gauchos, sino además en las grandes ciudades y también, entre las mujeres, que en aquel tiempo no bebían en público, pero el licor de Bagley era considerado de baja graduación alcohólica comparado con las aguardientes y otros tragos populares.


En 1866, a dos años de su lanzamiento, la Hesperidina se encontraba azotada por una ola de imitadores que, aprovechándose de la falta de una legislación que protegiera las marcas, intentaban conseguir un importante lugar en este nuevo mercado. Por lo tanto, Bagley emprendió una campaña para lograr un registro único de marcas y patentes en el país. En 1876, convenció al presidente Nicolás Avellaneda de su creación. De esta manera, Hesperidina se convirtió en la primera patente y marca registrada, con licencia Número°1 en la Argentina.


Además de su famoso y popular invento, emprendió otros proyectos. Por ejemplo, fue uno de los primeros que se preocupó por el transporte en la zona sur, inaugurando en 1873 el tranvía a caballo en Quilmes.


​Bagley fue pionero en la fabricación de galletitas. En 1875, lanza su línea de galletitas "Lola", que rápidamente fue un éxito, no sólo por su sabor, sino también por no tener agregados artificiales. Cabe aclarar que, hasta ese momento, las galletitas venían importadas de Inglaterra. Poco tiempo después, comercializó la exitosa mermelada de naranja Bagley, hecha con la pulpa de las naranjas usadas para producir Hesperidina. Por ese entonces surgió el primer eslogan de la historia comercial argentina: “Las 3 cosas buenas de Bagley” (la bebida, las galletitas y la mermelada). Todos los productos fueron aceptados por la población y pasaron a formar parte de la idiosincrasia porteña.


En 1880, con 42 años, Bagley fallece tempranamente, y su compañía queda en manos de María Juana Hamilton, quien fuera su segunda esposa y madre de sus ocho hijos.


La gran producción de la empresa Bagley siguió a gran escala a través de los años.

En 1892, la empresa que hasta ese momento estaba situada en la calle Maipú al 200 del centro porteño, trasladó su sede a la Avenida Montes de Oca al 100, en el barrio de Barracas.​ El nuevo edificio de estilo inglés poco a poco fue ocupando una manzana completa. Primero con frente de impronta ladrillera sobre la Avenida Montes de Oca, tenía un jardín geométrico en su frente que aprovechaba la barranca, con una gran verja marcando el límite con la calle. La fábrica de dulces, licor y galletitas fue creciendo por etapas, logrando una progresiva ocupación del suelo.

En 1910, la necesidad de ampliación de la producción condujo a la adquisición de un terreno en Gral. Hornos 256, para la construcción de un nuevo pabellón, completando la manzana. Este nuevo edificio fue realizado también con ladrillo a la vista, pero con una imagen menos señorial y más ligada a la revolución industrial.

En 1949, con proyecto del Ing. Guillermo Peña, se construye un nuevo edificio perdiéndose la antigua construcción y, lamentablemente, haciendo desaparecer además el pasaje Europa que unía Hornos con Montes de Oca.


Con respecto a su producción, en la empresa Bagley siempre se las ingeniaron a la hora de nombrar a sus productos, al tomar algunos símbolos de la época como inspiración. Por ejemplo, las galletitas Mitre adoptaron este nombre luego de que el propio ex presidente así lo autorizara. O como cuando llamaron Ópera, en 1908, a las obleas rellenas, inspirados en el Teatro Colón, que inauguraron en aquel entonces. Luego lanzaron varias de las líneas de galletitas más populares, que todavía existen en la actualidad, como las Criollitas o las Chocolinas -con las que años más tarde se inventó la "chocotorta".


Desde el punto de vista arquitectónico, la imagen de la fábrica de galletitas Bagley se fue modificando con el paso de las décadas, hasta dejar de funcionar en 2004, cuando pasó a manos de la multinacional Danone, que mudó su producción a la ciudad puntana de Villa Mercedes.


A partir de 2005, de la mano de la firma Copelle S.A. y el Estudio Lopatin Arquitectos se desarrolló un proyecto de refuncionalización de la mítica factoría, que se convirtió en un volumen compacto de marcada horizontalidad. El resultado fue el reciclaje y ampliación de dos edificios existentes pertenecientes a la antigua fábrica, con el objeto de transformar esos espacios fabriles en espacios modernos para viviendas y para uso comercial. Las construcciones existentes, concebidas para uso industrial, están definidas por grandes losas de hormigón que dan como resultado espacios de grandes luces y alturas. El edificio Fundación fue reciclado y ampliado a 3 subsuelos y 7 plantas. En el edificio Hesperidina se remodelaron la planta baja y los dos pisos superiores; mientras que el subsuelo conserva parte de la antigua fábrica de esta bebida. Ambos edificios, con acceso desde calle Hornos, se vinculan a una amplia playa de estacionamiento.


Sobre las estructuras de lo que fuera una de las fábricas más icónicas de nuestra ciudad y del país, hoy encontramos el avance y la refuncionalización de la modernidad, sin dejar demasiados rastros de lo que fue.