Leonel Edmundo Rivero, nació el 8 de junio de 1911 en Valentín Alsina, Buenos Aires. Siendo muy pequeño, Edmundo y su familia se trasladaron al pueblo de Moquehuá en la Provincia de Buenos Aires, ya que su padre, empleado ferroviario, había sido designado como jefe de esa estación. Pero Edmundo enferma gravemente y los médicos del lugar no logran descubrir lo que tenía, por lo que el padre opta por renunciar a su empleo como ferroviario y regresar a Buenos Aires, donde finalmente logran curar al más chico de los tres hermanos Rivero.
En Buenos Aires se mudan a una casona donde vivían sus abuelos, en las calles Av. Del Tejar y Manuela Pedraza, en el barrio de Saavedra.
Edmundo desde niño se siente atraído por la música y por la guitarra en particular. En su hogar, la música y la poesía ingresan de manera contundente a su vida, no solo por parte de sus padres, sino también acompañado por todo un ambiente cultural. Su tío Justo Duarte, un contador general de la Casa de Gobierno, aficionado a la música y al canto, organizaba reuniones con poetas y cantantes, mientras que otro tío materno, Ángel Duró, lo incentivó en la lectura de Almafuerte, Lugones, Espronceda y Edgar Allan Poe, entre otros. “El canto es una manifestación emocional congénita. Mi formación se debe a mis padres, mis tíos y los payadores e improvisadores que escuché”, dijo en una entrevista.
Ya siendo alumno en la primaria del Colegio Molinari, en las calles Núñez y Roque Pérez, del barrio de Saavedra, Rivero "debuta" cantando versos del Martín Fierro en uno de los actos patrios.
Alrededor de los 18 años Rivero ya era un guitarrista conocido en el barrio, y frecuentaba distintos bodegones y bares, uno de ellos era "El Cajón" ubicado a metros del puente Saavedra, un antiguo boliche donde llegaban malandras, payadores y carreros. Luego de esta etapa de aprendizaje informal, se puede decir, Edmundo comenzaría sus estudios de canto y guitarra clásica en el Conservatorio Nacional de Música.
En el comienzo de los años 30, forma un dúo con su hermana Eva y otro con su hermano Aníbal. Con ella transmitían música popular por Radio Cultura; con él interpretaban en guitarra música española, a la hora del té en el Alvear Palace Hotel.
Luego se convierte en acompañante de otros cantantes que ganarían popularidad, como Nelly Omar y Francisco Amor. El tango no fue su primer amor, tampoco Gardel. En una entrevista declaraba: “Lo escuchaba (a Gardel) en aquellas viejas radios y me gustaba mucho, pero yo estaba en otra cosa. Todavía no cantaba tangos sino canciones sureñas: milongas, estilos, vidalitas y esas cosas. En cambio, sí aprendí mucho de la ópera, del lied. Ocurre que cuando uno conoce a Schubert o Beethoven o Rossini o Wagner, a los grandes músicos, puede volcar esos conocimientos en el tango”.
La guitarra no solo fue el camino hacia los primeros trabajos, sino también la entrada que le permitió ingresar a un mundo accesible para pocos, los bajos fondos, los bares dudosos, donde se reunían ladrones, matones y cafishos, y que traían el léxico que terminaría de incorporar y que luego lo convertitía en patrimonio cultural: el lunfardo.
Sin duda, hay una gran anécdota que cambiaría su carrera musical. Edmundo contaba que conocer mujeres no era sencillo fuera de los ámbitos normales. Por lo que, junto a su amigo Benjamín Achával, habían articulado un método poco común, pero que había rendido frutos: llamaban a un número telefónico al azar y si atendía una joven, le entonaba una canción romántica. Una tarde, después de la canción, una muchacha le dijo: “Tengo un conservatorio y sería bueno que lo escuchara mi hermano. Está formando una orquesta”. Era Hermelinda de Caro, hermana de Julio, un ya exitoso violinista y director de orquesta. La agrupación era de José de Caro y allí estuvo dos años recibiendo paga mínima, hasta que Julio lo convocó para los carnavales en el Cine Teatro Pueyrredón, sito en Av. Rivadavia 6871 del barrio de Flores. “En lugar de levantar una mina me levanté una orquesta”, dijo años después.
Pero el dinero seguía escaseando. Luego, un amigo, Emilio Karstulovic, ex corredor de autos y propietario de la radio La Voz del Aire y de la revista Sintonía, lo llamó una tarde y le propuso un programa. Aceptó. No pasó ni un día y ya había recibido una invitación de Horacio Salgán. Este era un arreglador exquisito, pero que iba en contra de los ritmos aceptados por el público. Buscaron un lugar para tocar de manera permanente, pero todos los rechazaban, así que debían deambular por diferentes bares. “La música de Salgán, sus orquestaciones, en esa época eran revolucionarias y yo tenía una voz de bajo, cosa inaudita en un tiempo donde todos los cantores de tango exhibían registro de tenor”. “Lo que hace ese director no es tango y para colmo tiene un cantor enfermo del pecho”, les decían.
El estilo de Edmundo Rivero no representaba el arquetipo exitoso del pintón o el compadrito de la época de oro del tango. Su registro bajo, en un contexto dominado por los barítonos y tenores, además era acompañado por letras con ese idioma inentendible para muchos (el lunfardo), cuando lo que marcaba el mercado entonces era lo romántico. Sin embargo, más allá del rechazo, ese cantante de voz cavernosa comenzaba a tener sus admiradores.
El 47 fue el año bisagra. Se une a la orquesta de Anibal Troilo, y sucede algo inusual. La gente deja de bailar y comienza a aplaudir y tirar cosas al aire. Esta situación incómoda y molesta a Pichuco; una orquesta era el corazón de un baile, no un espectáculo en sí mismo, pero el éxito los mantiene unidos.
La sociedad dura tres años y quedaron un par de docenas de grabaciones, algunas a dúo con Floreal Ruiz. Entonces, su voz pasó a ser canónica en tangos como El último organito, o Yo te bendigo, pero sobretodo, con Sur, de Homero Manzi y Anibal Troilo.
Ya en los año 50 tiene estrella propia y comienza a participar en el cine: El cielo en las manos (1950), Al compás de tu mentira (1951), Pelota de cuero (1963), La diosa impura (1964), Buenos Aires, verano 1912 (1966) y Argentinísima II (1973).
Así llegan las giras por el interior, los grandes contratos y para el año 1959, actúa en Madrid durante siete meses. A mediados de los ’60 recorre los países de Latinoamérica y Estados Unidos. Incluso, llega a Japón, donde es un éxito. “En Japón hay una sociedad, la ‘Suivu Kai’, cuya traducción es, aproximadamente, ‘La reunión de los miércoles’. Sus filiales reúnen a veinte millones y se denominan ‘Los maniáticos del tango’, ‘Corrientes y Esmeralda’, ‘Los locos del compás’, ‘Buenos Aires’. Todas las semanas sus afiliados estudian castellano una hora, para poder comprender las letras de nuestras canciones, discuten sobre estilos porteños de interpretación y hacen fervorosas apologías de nuestros cantores”, decía a la vuelta del viaje. En honor a aquella experiencia compuso Arigató, Nipón, Arigató (Gracias, Japón, Gracias), con palabras en el idioma local.
En 1965 canta las milongas de Jorge Luis Borges musicalizadas por Ástor Piazzolla. A pesar de su conocimiento arrabalero, aseguró ingresar en esas letras a “otro país, a pesar de nombrar seres y lugares que creía conocer desde años”, escribió en “Una luz de almacén”, su autobiografía. Además, publicó “Las voces” y” Gardel y el canto”.
En 1969 inauguró el emblemático bar “El Viejo Almacén”, en Av. Independencia 299, del barrio de San Telmo, que se convirtió en uno de principales centros tangueros porteños y por el que pasaron no solo los grandes referentes de la música ciudadana, sino también visitantes extranjeros como los ex reyes de España Juan Carlos y Sofía, Gina Lollobrigida, Rafaela Carrá o Joan Manuel Serrat. En la entrada figura una placa que dice: "A la memoria de Edmundo Rivero y de todos aquellos que en esta esquina han recreado la Poética Tanguera y Lunfarda"
En 1985 recibió el Premio Konex de Platino como Mejor cantante masculino de tango. Entre el público estaba uno de sus mayores admiradores, el entonces presidente Raúl Alfonsín.
El “Feo”, como le decían, la voz cavernosa del tango, el arrabalero que dio un giro a este género musical, sufrió una miocardiopatía en diciembre de ese mismo año, y luego de varias semanas internado, falleció el 18 de enero de 1986.
Referencias:
https://www.buenosaires.gob.ar/areas/cultura/cpphc/sitios/detalle.php?id=20
https://www.elhistoriador.com.ar/edmundo-rivero-el-ultimo-trovador