Alejandra Pizarnik

Flora Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de Avellaneda. Sus padres, Elías Pozharnik y Rezla Bromiker habían emigrado de Rovna, localidad ruso polaca, debido al avance del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Antes de llegar a Buenos Aires pasaron un tiempo en París y luego arribaron a la Argentina. En el registro, Elías fue inscripto con el apellido Pizarnik y Rezla fue anotada como Rosa. Elías se dedicó exitosamente a la joyería, por lo que la familia pudo instalarse en una casa amplia.


En su estructura familiar, Myriam, la hermana mayor, era admirada por sus padres y las comparaciones que realizaban entre ambas acomplejaba a Alejandra. Durante su infancia sufrió mucho el no ser delgada. Padeció de asma nervioso y de lo que decían que era tartamudez, pero que en realidad era arrastre de la última sílaba, un reflejo psicológico de sus inseguridades. Su familia la apodó "Buma", que en ídish significa "flor".


Alejandra asistió a la Escuela Normal N°7 de Avellaneda y a la Zalman Reizien Schule, escuela hebrea donde aprendió la historia de su pueblo, y la lectura y escritura en ídish.


Su madre siempre recordaba melancólicamente su infancia en Rusia. La familia sufrió mucho el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Recibían noticias de lo que acontecía en Europa, pero cada vez llegaban menos cartas de familiares, algunos de los cuales estuvieron en campos de concentración.


En la época del colegio secundario Alejandra, que lucía un estilo bohemio y desaliñado, se obsesiona con su peso y comienza a ingerir anfetaminas.


En 1954 finaliza el secundario y comienza a frecuentar la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, por ese entonces ubicada en la calle Viamonte 430 del barrio de Balvanera, y la Escuela de Periodismo, situada en la calle Libertad entre Diagonal Norte y Tucumán. Juan Jacobo Bajarlía fue su profesor de Literatura Moderna en dicho establecimiento. En sus clases descubrió autores surrealistas como André Bretón y Tristán Tzara que la asombraron porque ella venía de leer a Rubén Darío, Proust y Sartre. Debido a la buena relación que tenían, Alejandra le mostró los poemas que conformarían su primer libro, “La tierra más ajena”, publicado en 1955 con tan solo diecinueve años.


Pizarnik comenzó a realizar traducciones literarias y a colaborar en la revista “Poesía Buenos Aires”. También empezó la facultad pero no le interesaba lo sistemático de las clases y aprobar materias, solo estaba interesada en leer: Arthur Rimbaud, el conde de Lautrémont, Antonin Artaud,  Antonio Porchia, Oliverio Girondo, Stéphane Mallarmé, James Joyce. Era una apasionada del surrealismo y el existencialismo.


En 1956 conoció a  Roberto Yahni en la librería “Letras” de la calle Viamonte. Pronto pierde el interés en la facultad y la abandona. Como terapia, Alejandra comienza a incursionar en la pintura en el taller del pintor Batlle Planas y a psicoanalizarse con León Ostrov, cuyo consultorio se situaba en Méndez de Andes 1152, en el barrio de Caballito.


Cuando conoce a la poeta Olga Orozco se convierten en grandes amigas. Alejandra la tomó como una madre literaria con la que siempre se sintió protegida. Olga y Alejandra tenían en común una estética literaria. Orozco le dedicó el poema "Pavana para una infanta difunta".


La poesía de Antonio Porchia influyó mucho en su obra. Publicó La última inocencia (Ediciones Poesía, 1956), dedicado a León Ostrov. Gracias a él fue posible la expresión del inconsciente y del surrealismo de Alejandra. Ella manifestaba que no era paciente, sino amiga.


Las aventuras perdidas (Altamar, 1958) fue dedicado a su compañero del grupo literario Poesía Buenos Aires, Rubén Vela. Roberto Juarroz realizó una reseña de este libro.


Alejandra viajó a la ciudad de París en 1960 y se quedó hasta 1964, estudiando, conociendo poetas e intelectuales, entre ellos, Simone de Beauvoir y Marguerite Duras. Trabajó para la revista Cuadernos y varias editoriales francesas. Allí entabló amistad con Ivonne Bordelois, quien había trabajado en Revista Sur. Alejandra vivía cerca de la Universidad de La Sorbona arriba de un restaurante chino. Sólo hablaba de literatura. Consiguió trabajo de correctora para mantenerse más tiempo en la ciudad. 


"Su poesía era un entramado de intertextualidades de la palabra ajena convertida en propia", declaraba Ivonne Bordelois.


Pizarnik era muy exigente consigo misma. A menudo rompía las hojas donde escribía sus poemas e incluso llegó a quemar copias de su primer libro. “Árbol de diana” se publicó en Buenos Aires en 1962 por Editorial Sur y con prólogo de Octavio Paz.

"En el fondo —escribe el 25 de julio de 1965— yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo 'hincar el diente' en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos", Diarios 1960-1968.


En París entabló amistad con Julio Cortázar, y con él conoció los círculos intelectuales de París. Él junto a su mujer, Aurora Bernárdez, intentaron ayudar a Alejandra con su inestabilidad emocional. Pizarnik se identificaba con la Maga de Rayuela. En su crítica literaria de “Historias de cronopios y de famas” afirma que dicha obra "testimonia ejemplarmente de qué manera el humor y la poesía son subversivos". Cortázar y Pizarnik compartieron una estética surrealista, un imaginario en común respecto de la infancia y del amor.


Entre las colaboraciones en revistas que realiza durante esos años destacan "Humor y poesía en un libro de Julio Cortázar", publicado en la caraqueña Revista Nacional de Cultura, "Se prohíbe mirar el césped", "Buscar", "En honor de una pérdida" y "Las uniones posibles".


Pizarnik tomaba una gran cantidad de medicamentos debido a sus altibajos anímicos. En sus escritos comienza a reflexionar sobre el suicidio, en los cuáles persona y poeta se disociaban. Regresó a Buenos Aires angustiada y torturada.


“Los trabajos y las noches” fue publicado por Editorial Sudamericana en 1965. Al año siguiente recibió el Primer Premio Municipal de Poesía por dicha obra.


En 1967 falleció su padre. Esto se sumó al malestar que Alejandra tenía para llevar adelante su vida cotidiana, obstáculo que nunca logró superar. En 1968 obtuvo la Beca Guggenheim y viajó a Nueva York. Además publicó “Extracción de la piedra de locura” (Sudamericana, compuesto por poemas en prosa). Allí no tuvo una buena experiencia. Aún deprimida, al año siguiente decide volver a París. Entre julio y agosto de ese año finaliza el texto teatral “Los poseídos entre lilas”.


En esa época entabla amistad con Silvina Ocampo y comienza a colaborar en Revista Sur, ubicada en Rufino de Elizalde 2831 en Barrio Parque. Allí realiza reseñas literarias y traducciones.


Pizarnik inició una terapia diseñada por el psiquiatra Pichon-Rivière, que supuso una mejora temporal en su situación. En 1969, publicó “Nombres y figuras” (1969), realizó una nueva versión de la novela “La condesa sangrienta” (1971). Ese mismo año publicó también el poemario “El infierno musical” y ganó la beca Fullbright.


En 1970 escribió en clave humorística “La bucanera de Pernambuco” o “Hilda la polígrafa”.


Luego estuvo internada varios meses en el Hospital Pirovano, donde tuvo intentos de suicidio. Durante ese periodo, Cortázar le escribió en una de sus cartas:


(...)El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.(...)


Pizarnik muere en su departamento de la calle Montevideo 980 de Barrio Norte, la madrugada del 25 de septiembre de 1972 luego de ingerir cincuenta pastillas de secobarbital. Fue velada al día siguiente en la Sociedad Argentina de Escritores. En el pizarrón de su recámara se encontraron los últimos versos de la poeta:


“…no quiero ir

nada más

que hasta el fondo…”


Ana Becciú y Ana Nuño recuperaron y compilaron sus escritos a lo largo de los años. Los archivos de Alejandra Pizarnik se conservan en el Departamento de Manuscritos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton en Estados Unidos.